—Puedes ponerte lo que quieras, siempre
que esté a tu alcance —dice Dora.
—Y que no sea de nuestra marca, claro —aña
de Irina con una malévola sonrisa.
No sé por qué me irrita tanto esa sonrisa. No
debería importarme, pero me siento como si
me hubiese escupido en la cara.
—¿Sabes lo que te digo? —pregunto, sostenién
dole la mirada en el espejo—. Que me alegro.
Me alegro de no tener que ponerme nunca
más esa ropa ridícula.
Irina se encoge de hombros.
—Pues mejor para ti. Las calles están llenas
de mercadillos donde puedes encontrar ropa
más de tu estilo. Cuanto menos se parezca a
la ropa de Sweet Pink, mejor para nosotros.
—Sí, así nadie te reconocerá. Aunque des
pués de lo que te hemos hecho, no hay peli
gro de que eso pase —la apoya Dora.
Mientras habla, sigue cortando con meticu
losa precisión. Pronto terminará, supongo. Y