—¿Así, cómo? ¿Se puede saber qué he di
cho? Ni que la hubiese insultado…
—Está muerta. Lo menos que podrías ha
cer es no hablar de ella como si fuese un
pastel de chocolate.
—Vale,vale,perdona.No sabía que te habías
vuelto tan remilgado. ¿Es que la conocías?
No sé por qué, no fui capaz de decirle la
verdad.
—No, no la conocía —murmuré—. Pero eso
no cambia nada. Odio que esté muerta.
Odio todo esto.
Los ojos se me habían llenado de lágrimas,
pero no me importó. Mouse me ha visto
llorar muchas veces, casi siempre por moti
vos mucho más absurdos que la muerte de
una chica.
A él, sin embargo, le hizo sentirse incómo
do. De pronto parecía avergonzado; aver
gonzado por mí.
—Te gustaba —dijo en voz baja.